sábado, 4 de octubre de 2008

Hilda y el viento


Por Mauricio Vallejo Márquez

El Salvador


El viento puede moverse con lentitud y suavidad, a veces también puede ser calmo y casi imperceptible, otras tantas puede ser violento. Sin embargo no importa lo que haga y como sea siempre será imperceptible a los ojos, pero nunca a los sentidos, al mundo, al agua y al polvo. Así es la poesía de Hilda Flores.

Hilda no es novata en el mundo de las letras, pero con humildad se va abriendo paso en un mundo de literatos modernos que desprecian la preceptiva a cambio de la fama efímera. En cambio Hilda es una poeta con una increíble sensibilidad que conmueve. Pocas veces un poema me ha llenado de esa sensación que dan los verdaderos poetas como Luis Cardoza y Aragón, Jorge Luis Borges, César Vallejo, Hugo Lindo, Pablo Neruda, Jorge Enrique Adoum y otros. Sin embargo Hilda lo ha logrado con algunos versos como los publicados en http://es-poesía.com/ , donde podemos apreciar un material digno de cualquier antología.

el nombre completo de la poeta es Hilda Concepción Henríquez de Flores, ella nació en San Salvador el dos de julio de 1942 y jugó cuando niña en lo que ahora es la Universidad de El Salvador, justo frente a lo que ahora es la facultad de Medicina. Hilda cuenta con total ecuanimidad que aún se encuentra en ese lugar el árbol en cuya sombra jugo casi toda su niñez.
Además de poeta es profesora graduada de las Escuelas Normales y durante 30 años se encargó de formar jóvenes.

Hilda no es inédita, en el 2000 publicó “La Ventana Encantada” y esperamos que en el futuro podamos apreciar muchas más obras de ella. Mientras les presento un par de sus poemas:


POEMAS DE LA NOSTALGIA


POEMA 1

Se me acerca en el viento
la soledad del pájaro perdido,
el desamparo de la flor marchita,
la noche que no cesa.

Y mi alma en su desvelo frío
quisiera desatar el nudo que la abraza.
Tanto dolor no quiere de la rosa,
anhela la redención del beso.




POEMA 2

Viene como una mano que sofoca todo.
Comprime el aire y la belleza,
destroza la armonía del silencio.
Penetra en mí el pálido acento
de las palabras muertas.
Una raíz sin rostro
me lleva hasta el rocío,
juntas lloramos
por un dolor desconocido.