sábado, 31 de enero de 2009

El poeta


Esclavo de sus letras, camina libre el poeta. Balanceándose entre lo real y lo absurdo, jugando con nuestra imaginación, volviéndose adicto a la imagen de nuestros labios murmurando sus escritos.
Fundador de quimeras y utopías, de verdades y mentiras, de blasfemias y doctrinas. Rebelde de sí mismo, negándose a la auto complacencia, convidándonos a formar parte de su mundo etéreo, casi palpable, imperfecto. Pregonando caricias al viento, moldeando figuras difusas montadas sobre escenarios reales.
Sus escritos son elixir de agonías sutiles, que desencadenan misterios perpetuos como fugaces, clavijas imaginarias de la guitarra que todos tocamos a diario; pero él muere en el intento de comprender más allá de su simple arpegio, de su hueca moldura, de sus tantos recovecos. Dicta encrucijadas que alimentan su desvelo y sueña despierto aún cuando sigue durmiendo.
Recorre las veredas de los campos muertos y las tilda de oportunidades olvidadas por aquellos desganados de vivir; aquellos usurpadores de deseos, los que ríen con una lágrima naciendo de su alma. Compadece los amores tiritantes de frío que se desvanecen por la falta de calor, ese calor primaveral que solo se siente cuando la lluvia arrecia por la llegada de las ansias, esas que dan ganas de todo y de nada, la conformidad que busca adormecer los amaneceres sedientos de compañía, la misma que diseño las camas individuales, la misma que atormenta el recorrido de las venas hacia el corazón que desea algo más que latir.
Sus musas son tan variadas como puntuales, provienen de sus ganas de vivir en ellas, de morir por ellas; sus musas pesan más que su propio cuerpo, pero las lleva con orgullo y pasión. Las observa deleitándose en su complejidad, esa complejidad que el mundo reconoce como trivialidad. De sus musas se desprenden fragancias cándidas que revolotean en su nariz y se vuelven espejos destellantes que surcan su imaginación.
Orador del alimento del alma, de las palabras que cruzan fronteras, de argumentos que convergen en las ideas que todos creímos y nadie mencionó. Aliado de las promesas inquebrantables que algún día él mismo rompió, las promesas que ahora defiende con honor, las que le verán morir de tanto dolor, al verlas empolvadas y en sus paredes telas de araña porque nadie nunca escuchó.
Bebe el sabor amargo de su hiel para comprender así el cínico beso del saber, el conocimiento de saberse ignorante en un mundo de conocimientos audaces, vivos, controversiales y delirantes. Reconociendo con su mirada al suelo que nadie pretende más allá que respirar, vivir para sí, dejar huellas de reconocimiento para que su nombre se mencione aún después de la muerte, y tener la convicción de no saberse olvidado.
¿Hay más después de ser poeta? Probablemente se esconde un mundo simplista y fugaz, que no se atreve a mirar para atrás, que dictamina su suerte según las piedras que ruedan en el camino hasta su destino. Pero, ¿hay más algo más después de ser poeta?, es muy difícil de descifrar porque seguramente quienes lo lograron se estancaron a propósito en las cuencas de sus ojos, para no ver lo que la gente ve: los pasillos vacíos, los mares salados, el propósito de las guerras, los llantos mudos que nos condenan a vivir con un nudo en la garganta y no permiten gritar.
El poeta vivirá siempre de lo básico, no necesita más para encontrar todos los colores con los que se pinta la felicidad, esa que viene en trozos pequeños y que nos es difícil identificar. Le valdrá la pena la espera de coincidir con un par de versos, cuando en una voz desconocida se dibujen las líneas que su menté trazó y sus manos dieron forma.
Valdrá la pena cuando alguien sonría y vuele con las alas que el poeta proporcione, aún cuando sean provisionales, aún cuando sean de papel. Volará el lector a donde el poeta le indiqué. Sentirá la brisa jugando con su rostro, se estremecerá con la piel erizada y sus ojos querrán ver más. Su paladar degustará todo lo que en su escrito se mencioné y sus pulmones se ensancharán al disfrutar de un buen suspiro.
Entonces, el poeta sonreirá y emprenderá su vuelo hacia otras miradas; aquellas que quieran descansar de las cuentas, de las noticias, del velo que cubre la pupila y no permite llorar.

Sergio Gutiérrez

¿Qué es un Poeta?


Es escribir escenas por medio de versos, es exteriorizar nuestros pensamientos, es rendir tributo a lo trivial de la vida, una vaca pastando, mariposas entre los trigales, calles desoladas, un beso furtivo, problemas sociales… Poeta es ser testigo, de lo vivido, es fuerza de cambio, es desahogo, puede ser victoria, puedo ser lujo, puede enaltecer, y nunca vaciar el cuerpo que lo expresa.
Creado en verso y en prosa, emisarios de la poesía vitalicia, la poesía inmortal, que se impregna en cualquier página para poder trascender entre el tiempo, para militar en horas futuras.
Le llamaremos poeta: Al valiente, al disciplinado, al tenaz, aquel que hace florecer versos, el atento que se inmiscuye en los días, al amante de creación, al docto, que hace enaltecer las obras de la naturaleza. Quien transmitirá enseñanza cuando lo amerite.
Le llamaremos poeta: Al que se divide, al curioso, que de dictar lo biográfico pasa a lo aislado, con el subjetivismo necesario, que le abre paso a las imágenes, al inventivo, al capaz. Poeta es el que comunica por medio de la misma literatura, poniendo en relieve esa esencia única, que se le ha adjudicado.


Ser poeta implica tener libre opinión, es ser crítico y criticado, es rozar la pureza de la sinceridad, es escribir en cualquier momento estrofas que lo ameriten, poeta es sinónimo de inspiración, y antónimo de maldad.
Representante de la poesía, de la poética de sus características, de sus beldades que le dan paso a la grata imaginación de momentos indelebles, eso será poeta. Un testigo del pueblo.
Wilfredo Arriola

viernes, 2 de enero de 2009

LITERATURA SALVADOREÑA

Miguel Ángel Chinchilla
El Salvador

Recientemente he terminado de leer el libro LITERATURA SALVADOREÑA 1960 – 2000 HOMENAJE, un texto de 429 páginas, de los autores Jorge Vargas Méndez y J.A. Morasán (Jorge Alberto Morales Sánchez), editado en 2008 por Ediciones Venado del Bosque.
Más que un trabajo interesante como dice José Roberto Cea, me parece un trabajo importante, un buen referente sobre los autores y autoras de los últimos 40 años de literatura en El Salvador.
Se trata de un libro para profesores de lenguaje, estudiantes de letras, escritoras y escritores, interesados en el devenir de la historia literaria en nuestro país. El presente texto viene a sumarse a otros similares como el de Juan Felipe Toruño y Luis Gallegos Valdés, para mencionar dos de los más importantes.
Un excelente aporte que incluye a centenares de nombres, muchos de los cuales según el Pichón Cea (en algo que estoy totalmente de acuerdo), “no han tenido y otros no tendrán ninguna trascendencia en y por su labor creadora “. No obstante se siente la solidez de la investigación a través del método histórico que va ubicando las diferentes décadas y los grupos literarios en su contexto respectivo, el cual se explica al inicio de cada época. Aunque hay momentos sobre todo al final en que la compilación se torna más un tarjetero o directorio de nombres.
Comienza el libro abordando por encima la labor literaria del grupo Piedra y Siglo, por encima digo ya que por ejemplo en contraste con la generación anterior conocida como Comprometida, los escritores de este grupo dejan de expresarse en la variedad de géneros para refugiarse exclusivamente en el género poético, exceptuando el caso de Ricardo Castrorrivas quien también incursiona en la narrativa. Esa característica de los Piedra y Siglo en una coyuntura se puede decir de preguerra, sería importante reflexionarla para realizar una valoración más ponderada sobre el quehacer de estos escritores en aquellos años.
El homenaje que se alude en el título del libro se refiere a 14 autores y 3 autoras fallecidos, acerca de los cuales la carga subjetiva (casi melancólica) se inclina por los jóvenes poetas que en la guerra civil cayeron en combate y que formaban parte del grupo Xibalba, ya que no habiendo valoración literaria sobre su obra se carga más la balanza de la camaradería ideológica, lo cual por supuesto es totalmente legítimo en este tipo de publicación.
Una sugerencia para la segunda edición sería incluir un índice onomástico con la finalidad de facilitarle el trabajo al lector.
Enhorabuena entonces a Méndez y Morasán por este valioso aporte al estudio de la literatura salvadoreña, sólo quien no haya experimentado el maravilloso prurito de la investigación, desestimará el trabajo de hormiga que significa un trabajo como este. Mi mejor deseo es que la gente lo lea, lo disfrute y lo aproveche en toda su dimensión como otros y yo lo hemos hecho ¡Abur!