Esclavo de sus letras, camina libre el poeta. Balanceándose entre lo real y lo absurdo, jugando con nuestra imaginación, volviéndose adicto a la imagen de nuestros labios murmurando sus escritos.
Fundador de quimeras y utopías, de verdades y mentiras, de blasfemias y doctrinas. Rebelde de sí mismo, negándose a la auto complacencia, convidándonos a formar parte de su mundo etéreo, casi palpable, imperfecto. Pregonando caricias al viento, moldeando figuras difusas montadas sobre escenarios reales.
Sus escritos son elixir de agonías sutiles, que desencadenan misterios perpetuos como fugaces, clavijas imaginarias de la guitarra que todos tocamos a diario; pero él muere en el intento de comprender más allá de su simple arpegio, de su hueca moldura, de sus tantos recovecos. Dicta encrucijadas que alimentan su desvelo y sueña despierto aún cuando sigue durmiendo.
Recorre las veredas de los campos muertos y las tilda de oportunidades olvidadas por aquellos desganados de vivir; aquellos usurpadores de deseos, los que ríen con una lágrima naciendo de su alma. Compadece los amores tiritantes de frío que se desvanecen por la falta de calor, ese calor primaveral que solo se siente cuando la lluvia arrecia por la llegada de las ansias, esas que dan ganas de todo y de nada, la conformidad que busca adormecer los amaneceres sedientos de compañía, la misma que diseño las camas individuales, la misma que atormenta el recorrido de las venas hacia el corazón que desea algo más que latir.
Sus musas son tan variadas como puntuales, provienen de sus ganas de vivir en ellas, de morir por ellas; sus musas pesan más que su propio cuerpo, pero las lleva con orgullo y pasión. Las observa deleitándose en su complejidad, esa complejidad que el mundo reconoce como trivialidad. De sus musas se desprenden fragancias cándidas que revolotean en su nariz y se vuelven espejos destellantes que surcan su imaginación.
Orador del alimento del alma, de las palabras que cruzan fronteras, de argumentos que convergen en las ideas que todos creímos y nadie mencionó. Aliado de las promesas inquebrantables que algún día él mismo rompió, las promesas que ahora defiende con honor, las que le verán morir de tanto dolor, al verlas empolvadas y en sus paredes telas de araña porque nadie nunca escuchó.
Bebe el sabor amargo de su hiel para comprender así el cínico beso del saber, el conocimiento de saberse ignorante en un mundo de conocimientos audaces, vivos, controversiales y delirantes. Reconociendo con su mirada al suelo que nadie pretende más allá que respirar, vivir para sí, dejar huellas de reconocimiento para que su nombre se mencione aún después de la muerte, y tener la convicción de no saberse olvidado.
¿Hay más después de ser poeta? Probablemente se esconde un mundo simplista y fugaz, que no se atreve a mirar para atrás, que dictamina su suerte según las piedras que ruedan en el camino hasta su destino. Pero, ¿hay más algo más después de ser poeta?, es muy difícil de descifrar porque seguramente quienes lo lograron se estancaron a propósito en las cuencas de sus ojos, para no ver lo que la gente ve: los pasillos vacíos, los mares salados, el propósito de las guerras, los llantos mudos que nos condenan a vivir con un nudo en la garganta y no permiten gritar.
El poeta vivirá siempre de lo básico, no necesita más para encontrar todos los colores con los que se pinta la felicidad, esa que viene en trozos pequeños y que nos es difícil identificar. Le valdrá la pena la espera de coincidir con un par de versos, cuando en una voz desconocida se dibujen las líneas que su menté trazó y sus manos dieron forma.
Valdrá la pena cuando alguien sonría y vuele con las alas que el poeta proporcione, aún cuando sean provisionales, aún cuando sean de papel. Volará el lector a donde el poeta le indiqué. Sentirá la brisa jugando con su rostro, se estremecerá con la piel erizada y sus ojos querrán ver más. Su paladar degustará todo lo que en su escrito se mencioné y sus pulmones se ensancharán al disfrutar de un buen suspiro.
Entonces, el poeta sonreirá y emprenderá su vuelo hacia otras miradas; aquellas que quieran descansar de las cuentas, de las noticias, del velo que cubre la pupila y no permite llorar.
Sergio Gutiérrez
Fundador de quimeras y utopías, de verdades y mentiras, de blasfemias y doctrinas. Rebelde de sí mismo, negándose a la auto complacencia, convidándonos a formar parte de su mundo etéreo, casi palpable, imperfecto. Pregonando caricias al viento, moldeando figuras difusas montadas sobre escenarios reales.
Sus escritos son elixir de agonías sutiles, que desencadenan misterios perpetuos como fugaces, clavijas imaginarias de la guitarra que todos tocamos a diario; pero él muere en el intento de comprender más allá de su simple arpegio, de su hueca moldura, de sus tantos recovecos. Dicta encrucijadas que alimentan su desvelo y sueña despierto aún cuando sigue durmiendo.
Recorre las veredas de los campos muertos y las tilda de oportunidades olvidadas por aquellos desganados de vivir; aquellos usurpadores de deseos, los que ríen con una lágrima naciendo de su alma. Compadece los amores tiritantes de frío que se desvanecen por la falta de calor, ese calor primaveral que solo se siente cuando la lluvia arrecia por la llegada de las ansias, esas que dan ganas de todo y de nada, la conformidad que busca adormecer los amaneceres sedientos de compañía, la misma que diseño las camas individuales, la misma que atormenta el recorrido de las venas hacia el corazón que desea algo más que latir.
Sus musas son tan variadas como puntuales, provienen de sus ganas de vivir en ellas, de morir por ellas; sus musas pesan más que su propio cuerpo, pero las lleva con orgullo y pasión. Las observa deleitándose en su complejidad, esa complejidad que el mundo reconoce como trivialidad. De sus musas se desprenden fragancias cándidas que revolotean en su nariz y se vuelven espejos destellantes que surcan su imaginación.
Orador del alimento del alma, de las palabras que cruzan fronteras, de argumentos que convergen en las ideas que todos creímos y nadie mencionó. Aliado de las promesas inquebrantables que algún día él mismo rompió, las promesas que ahora defiende con honor, las que le verán morir de tanto dolor, al verlas empolvadas y en sus paredes telas de araña porque nadie nunca escuchó.
Bebe el sabor amargo de su hiel para comprender así el cínico beso del saber, el conocimiento de saberse ignorante en un mundo de conocimientos audaces, vivos, controversiales y delirantes. Reconociendo con su mirada al suelo que nadie pretende más allá que respirar, vivir para sí, dejar huellas de reconocimiento para que su nombre se mencione aún después de la muerte, y tener la convicción de no saberse olvidado.
¿Hay más después de ser poeta? Probablemente se esconde un mundo simplista y fugaz, que no se atreve a mirar para atrás, que dictamina su suerte según las piedras que ruedan en el camino hasta su destino. Pero, ¿hay más algo más después de ser poeta?, es muy difícil de descifrar porque seguramente quienes lo lograron se estancaron a propósito en las cuencas de sus ojos, para no ver lo que la gente ve: los pasillos vacíos, los mares salados, el propósito de las guerras, los llantos mudos que nos condenan a vivir con un nudo en la garganta y no permiten gritar.
El poeta vivirá siempre de lo básico, no necesita más para encontrar todos los colores con los que se pinta la felicidad, esa que viene en trozos pequeños y que nos es difícil identificar. Le valdrá la pena la espera de coincidir con un par de versos, cuando en una voz desconocida se dibujen las líneas que su menté trazó y sus manos dieron forma.
Valdrá la pena cuando alguien sonría y vuele con las alas que el poeta proporcione, aún cuando sean provisionales, aún cuando sean de papel. Volará el lector a donde el poeta le indiqué. Sentirá la brisa jugando con su rostro, se estremecerá con la piel erizada y sus ojos querrán ver más. Su paladar degustará todo lo que en su escrito se mencioné y sus pulmones se ensancharán al disfrutar de un buen suspiro.
Entonces, el poeta sonreirá y emprenderá su vuelo hacia otras miradas; aquellas que quieran descansar de las cuentas, de las noticias, del velo que cubre la pupila y no permite llorar.
Sergio Gutiérrez
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