lunes, 24 de agosto de 2009

Ramón Ordaz y el mar de su sed

"En la proa cortamos el gran muro del aire
Silenciosos estamos pensando en el país
Donde el amor quedó temblando en su primera soledad".

Roque Dalton

por André Cruchaga
Poeta y ensayista salvadoreño

Ramón Ordaz (El Tigre, Estado Anzoátegui, 1948). Poeta, narrador, ensayista y editor; recibió el Premio CONAC de Poesía Francisco Lazo Martí en 1991; el Primer Premio en la Bienal de Poesía Teófilo Tortolero, en 1996; y la mención Publicación en la IV Bienal Mariano Picón Salas con la obra El pícaro en la literatura Iberoamericana. Entre sus obras destacan, en narrativa, En los Jardines de Colón (199); en poesía, Kuma (1977), Profanaciones (2002); Albacea (2003) y El mar es nuestra sed (2007). Editor de la revista Latinoamérica de Poesía PODA.

En ensayo el poeta Ramón Ordaz ha sabido aquilatar el cauce de sus inquietudes teóricas y plantearse una serie de supuestos en torno a la literatura Hispanoamérica. Diría que es fiel seguidor de dos grandes maestros del ensayo latinoamericano: Mariano Picón Salas [1] y Arturo Uslar Pietri[2]. Desde luego no todo poeta es ensayista, pero en el caso de Ordaz se le da muy bien. Testimonio de ello es: El pícaro en la literatura iberoamerica, [3]. Ramón Ordaz ha tenido que rastrear en su trayecto ciertos elementos vitales para su estudio en El Guzmán de Alfareche, La vida de Lazarillo de Tormes, La América Ladina de Germán Arciniegas, la picaresca como única posibilidad de literaria de Catherine Beroud, entre tantas otras fuentes y referencias.

En la poesía sabe con absoluta maestría y don de la palabra, navegar por todos los vericuetos del alfabeto. Poeta del Caribe, poeta del mar, poeta de barcos y gaviotas, Ramón construye así su poética. Tiritan las alas de sal y las vocales de las espuma en cada verso suyo. Poeta cuya voz ancla “con insignia marinera en los vientos del mar”, como lo dijera ya Rafael Alberti [4].

En el Mar es nuestra sed, [5] reinventando aquellos versos de Octavio Paz: “La sed del mar es una sed sin fin:/ se muere y nunca acaba de morir”. Ramón lo revive entre los intrincados laberintos de la espuma, allá en su Isla Margarita. Pero el mar está ahí entre relojes, sueño y nocturnos naufragios. Está en los teclados del viento, en los cascos del viento. Y se oye su invertida quietud y se ve en el espejo roto de las aguas en su vaivén de atalaya. Cada poema del libro ha sido ilustrado por un niño cuya pasión —como nos lo hace saber el poeta Ramón Ordaz— son los barcos. Nació en el año 2000 y pertenece al Taller de pintura Fundación Jueves 5 de Cumaná. Ambos se nutren de los surtidores del mar y no los ahoga el álbum de los tumbos ni el sol verde que hunde sus huellas en el trópico.

“Hay un viento velero entre tantos veleros”, sentencia el poeta. Y agrega: “Oleaje puerto adentro porque ha llegado un barco,/ una corbeta,/ fragua de intrépidos viajeros/ con muchos instrumentos para acortar distancias,/ tomarle al temblador el pulso en electrones;/ buscar en lo recóndito del hábitat salvaje/ los viejos palimpsestos de la tabla del Cosmos.” [6] El mar es otro universo, cosmovisión plena del poeta, vigilia memorable y feliz. Aquí se bañan las luciérnagas mecidas por las aguas. Hacia la superficie la arena ciega, la jarcia de la espuma moviendo los pies que viajan sobre ella. Así, el poeta toca el espejismo de las playas, mientras la memoria elabora sus propios manuales.

A menudo se discute acerca de la realidad del poema. Extrínsecas o intrínsecas, la materia del poeta son realidades. ¿Acaso, la interioridad del ser humano, deja de ser realidad? Mucho exteriorismo le hizo mal a la poesía y la convirtió en proclamas y panfletos. “La poesía también tiene la obligación cívica de ocuparse de los otros” y es cierto, pero sin socavar la individualidad del poeta, sin que deje de ser él en su dimensión humana (emociones y sentimientos personales). “Siguen por ahí los poemas plagados de corazones, angustias y vidas que se marchitan si no llena los besos. —acota un amigo poeta— Eso está bien para el consumo interno de los amantes. Pero quién va escribir el poema del mutilado de guerra que maldice haber dado un paso en falso en la primera línea de combate?” Un problema serio en la creación poética ha sido éste: querer y pretender que así como yo escribo (en forma y contenido), lo hagan los demás. Se nos olvida, ciertamente que el arte tiene la bondad de la libertad y, también, depende de cómo percibo como individuo y creador esas realidad del entorno. A esto se adiciona otra situación: la ética. Nadie puede escribir acerca de algo que no ha vivido. El arte en cualesquiera de sus manifestaciones es un acto de creación íntima. De lo contrario se pervierte. Indistintamente de los postulados teóricos, —expresan Margarita Smerdou y Milagros Arizmendi—el poeta medita, honda, minuciosamente, para construir en definitiva su poética en consonancia con su inquietud creativa y a la vez como un vehículo de comunicación con los demás seres humanos. Palpitación emotiva, lenguaje, memoria [acción evocadora], “solidaridad con la vida, y aceptación de la realidad: triste o dramática,” hacen posible el poema. Pero también sobre el talante humano se cierne la angustia, la soledad como coordenadas de una humanidad global. Angustia y soledad también constituyen materia para la poesía.

“El poeta —me reitera—juega un papel demoledor y el texto está ahí, flota en las miserias y magnificencias que nos rodean.” Esto es cierto, en tanto la intensidad lírica sea capaz de traducir esa realidad y darle movilidad para sensibilizar y generar conciencias críticas. El resto ya es conjugación y elaboración humana, en las que el poeta no entra, pues no está en capacidad de decidir por los demás.

Pero el mar no sólo es esa inmensa fantasía. Cada vez se va convirtiendo en un museo. De ahí que el poeta pregunte: “¿Quién nos rompió el hechizo;/ la ermita de tantas romerías? […] Entre polvo y crepúsculo/ materia del olvido vamos. […] Ciudad, museo del mar./ Ahora espuma y salitre;/ ahora perdidos huesos del arte,/ ahora entre muertos folios/ y fósiles miradas,/ su litoral […] ¿Quién nos rompió el hechizo;/ el ánfora donde bebimos su pasado? […] Museo, museo del mar,/ espectros y sombras,/ gravas sin gravidez,/ casi planeta a la deriva este canto rodado”…[7] El poeta es consciente de todo este descalabro que vivimos, de esta depredación marina y submarina. Cada vez la vida nos va anegando de fantasmas, la marea que sube intimidante llevándose consigo los platos, el agua transformada en polvo, o el polvo convertido en torrenciales ventanas sin compuertas.

El mar es nuestra sed, es un texto lúdico. Se juega dentro de su atmósfera. La luz de los relámpagos asalta, el viento salino. Y como es un mar rodeando la isla, desde ese pedazo de tierra adentro, el poeta es capaz de abrir la ventana, la suya para volver a la infancia. Desde luego, por esa ventana se pueden observar los “sentidos y contrasentidos de la vida”. También la memoria de los muertos que quieren regresar,/ delineando la luz en las colinas”… el poeta nos llega así, por los diversos parajes del mar. Y escribe como el mar lo hace “todos los días”/ instante tras instante,/sólo que el mar borra su mensaje.”

En cada poema y verso el poeta Ramón Ordaz es preciso en lo que desea transmitirnos. Preciso también en su lenguaje. No es poeta de desperdicios verbales, ni oscurecidas imágenes. Su poesía deviene de los sueños, del escombro, de la vida, es un ave sobre los barcos, vigilante del fuego de las olas. En “Mareas” [8], trata de dar fe del mar que ahogamos y del que nos ahoga: “I. A ciegas/ sobre este mar andamos,/ navegamos sus lápices, corregimos sus tintas,/ sus insaciables pulpos, trajeados calamares/ que quieren escribir sobre la luz del mundo. […] A ciegas/ porque ciegos entramos a la vida,/ ciegos llegamos a la muerte”… Y concluye el poema: “Lo borrado está escrito en otros horizontes”. Está aquí, el mar-metáfora, como elemento abarcador de una sociedad. El mar-gula, el gusto por el poder entre los vahos del zarpazo. Por fortuna el poeta sale ileso de este periplo. Su denuncia es sutil, porque eso que él nombra se nos da a menudo disfrazado. Algunos seres viven en un mundo subterráneo y ofrecen desde ahí, encendidos trenes de fantasía.

Pero luego retorna el concepto de la infinitud y la contemplación. Lo ha visto tantas veces y es la primera vez. Y, para introducirlo se vale de un epígrafe de Pierre Reverdy: “Y resbalan los barcos/ desgarrando el mar con su fuego encendido.” “Todo el mar es lejanía./ Todo el mar galopa distancias invisibles./ Las aves no son aves, son almas del paisaje./ Un ancla tiene el peso de una resurrección./ Un barco va en la tinta que derrama/ la mirada de un niño./ Todo en el mar se borra/ mientras la luz se quiebra entre las aguas./ Fuga de sombras/ llenan el mar que no podemos alcanzar”[9] Mientras esto pasa, el poeta sigue vigilante. Adivina, elucubra, infiere sobre todas las peripecias que ese colosal cuerpo hace junto a la tierra y que es parte de nuestro universo. Aparte de la vida que ya tiene, Ramón Ordaz le ha dado otra: la del poeta, la palabra, el alfabeto de la sangre, el trabajo profundo de los muelles, la mirada entre la bruma y la memoria. Y se une, así, a la gran estirpe de poetas que han hablado con el mar como Charles Baudelaire, Mario Benedetti, Jorge Luis Borges, Thomas Stern Eliot, Nicolás Guillén, Fernando Pessoa, Dylan Thomas, Roque Dalton, David escobar Galindo, etc.

Concluyo este viaje por los estuarios de Ramón Ordaz, con un fragmento del libro: El mar de Rque Dalton [10] “Oh mar donde los desesperados pueden dormir/ arrullados por explosiones impasibles/ alfabeto del vértigo paisaje diluido que los muros embisten/ las gaviotas y la espuma de los peces son tu primavera/ tu furia es una pirámide verde/ una resurrección del fuego más agudo tu clima/ tu mejor huella sería un caracol/ caminando con pasos de niño al desierto.”



Ensayo publicado en la revista Barataria, 25.XII.2008
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[1] Mariano Picón-Salas (Mérida, 26 de enero de 1901 — Caracas, 1 de enero de 1965) fue un importante escritor venezolano. En su obra destacan los ensayos históricos, de crítica literaria y sobre la historia cultural de América Latina. Destacan: Viaje al amanecer y De la Conquista a la Independencia; tres siglos de historia cultural latinoamericana.
[2] Arturo uslar Pietri (16 de mayo de 1906, Caracas, Venezuela). Escritor de vasta obra. Cultivó la novela, el ensayo, lo libros de viajes, la poesía, el teatro y el cuento. Destacan Las Lanzas colorados y el Camino al dorado.
[3] Op cit. Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, Venezuela.
[4] Rafael Alberti en marinero en tierra, 1924.
[5] Ordaz Ramón y Daniel Ordaz. El mar es nuestra sed. Edición auspiciada por la Dirección de Cultura, Universidad de Oriente, Cumaná, Estado sucre, República Bolivariana de Venezuela.
[6] Cp cit, pág. 13.
[7] Poema: Museo del mar, pág.17
[8] Poema, Mareas, pág.23
[9] Poema, Pintando el mar, pág.35
[10] Dalton, Roque. No Pronuncies mi nombre, Poesía Completa I, El Salvador, 2005.

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