Hugo Izarra
España
De niños,
nos lanzábamos como bestias
contra la máquina de refrescos:
Los más fuertes, que eran
también los más incautos,
la embestían cada día a cabezazos
y siempre —siempre— perdían.
Llevábamos nuestras meriendas
en el bolsillo pequeño de la mochila;
sandwiches blancos de jamón york
envueltos en papel de aluminio
y galletas de crema que mamá
envolvía todas las mañanas
cuidadosamente.
Nos hacían caminar en fila india,
ordenados por el número de clase,
con nuestra mano derecha sobre
el hombro de nuestro compañero,
marcando el paso, guardando un
silencio impropio de aquella edad.
Nos llamaban por nuestro apellido,
nos atemorizaban, nos hablaban del
castigo del infierno, nos manoseaban
las piernas y el culo sin que nos
diésemos cuenta. Éramos demasiado
jóvenes e inocentes todavía.
Pero tenemos memoria.
Y ahora ya no pueden
hacernos nada.
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