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Hugo Izarra es poeta, narrador y periodista, nació en Vigo, España, en 1980. El trabajo literario de Hugo muestra interesantes matices entre la agitada cotidianidad y la necesidad del ser humano por encontrar una identidad en medio del caos mundial. Inquisitivo observador de su entorno, Hugo, vuelve los detalles de la simple vida cotidiana en detalles sobresalientes y brillantes. Una propuesta sumamente interesante que les invitamos a explorar.
—¿Podrías describir cuál fue el momento en que empezaste a escribir? ¿Qué o quién desató ese momento?
—Claro que puedo. Era mucho más joven, vivía en Madrid. Dormía poco por las noches y no porque tuviese una vida social muy agitada. Cayó en mis manos, un poco por azar, «Mortal y rosa», de Francisco Umbral. Me removió por dentro. Me hizo pensar que yo también tenía cosas que decir. Y a raíz de aquel impacto comencé a pergeñar la idea de una novela en primera persona, «Morir en noviembre», que jamás llegué a acabar. Si alguien tiene la culpa de que yo empezase a escribir, debo decir que fue él y no otro.
—¿Qué es poesía para ti?
—Creo haber escrito algún poema sobre eso, si mi pobre memoria no me traiciona. La poesía es todo lo que no nos enseñan los libros de texto. Va más allá de la métrica y de la música. No entiende de esquemas ni de rimas. Y, desde luego, es mucho más que escribir, como piensa la mayoría. La poesía es una actitud vital. Hay poetas que lo son sin saberlo, sin haber escrito un solo verso en toda su vida.
—¿Crees acaso que la poesía se puede encontrar fuera de la literatura?
—Por supuesto, toda la poesía se encuentra fuera de la literatura. Todo, en realidad. La literatura no es más que la herramienta de interpretación de nuestra percepción. Intentamos describir lo que vivimos o lo que nos gustaría haber vivido de la mejor manera que no es dada conocer. Pero todo es vulgar y cotidiano, está en la calle.
—¿Qué harías si no fueras escritor?
—Haría feliz a mucha gente. El mundo no necesita otro escritor mediocre. Ahora bien, no tengo muy claro qué haría. Nunca me ha gustado trabajar, así que supongo que me entregaría a la mendicidad plácidamente.
—¿Cómo describirías tu rutina de trabajo? ¿Hay disciplina?
—Por lo mismo que acabo de explicarte, mi rutina de trabajo es inexistente, cero. Soy el paradigma vivo de la inconstancia, la indisciplina y la indolencia. Me gusta escribir, por eso lo hago. Pero no lo veo como un trabajo. Un trabajo requiere esfuerzo, implica hacer muchas veces cosas que no te gustan, y nada de lo que escribo me supone un sacrificio especial, ni tampoco me siento obligado a hacerlo. Otra cosa es escribir por encargo, que es igual que prostituirse intelectualmente.
—¿Dónde te gusta escribir? ¿Sigues algún ritual especial o lo haces dónde te agarra de urgencia?
—Porque me distraigo con mucha facilidad siempre he preferido para escribir la noche, la soledad y el silencio. Admiro a las personas que son capaces de crear en el metro, en medio del bullicio de una cafetería o en el trabajo, rodeados de gente. Yo no lo consigo. Me distrae el murmullo de la radio, el ruido de unas tijeras cortando papel o el zumbido de un mosquito que aterriza en la pantalla. He llegado a escribir en sitios bastante curiosos, desde la cama de un hospital hasta la ducha. Lo he hecho incluso circulando por la autopista, cuando me asalta la necesidad de salvar uno de esos pocos versos decentes que a veces se me ocurren. Tengo una memoria desastrosa.
—Dinos quiénes han tenido influencia en tu trabajo literario.
—He tenido demasiado tiempo para leer, así que debo reconocer que han sido muchos, pero es verdad que algunas lecturas te marcan más que otras. Recuerdo que empecé idolatrando a Bukowski, desmedidamente, como buen adolescente. Hank me llevó a conocer a John Fante, que es un prodigio universal de la literatura. También me cautiva el estilo aparentemente sencillo pero demoledor de Kurt Vonnegut Jr., y, más recientemente, los de Roberto Bolaño, Chuck Palahniuk o Michel Houllebecq.
—¿Por cuál tipo de literatura se inclinan los españoles, qué les gusta leer?
—No soy muy partidario de generalizar, pero, si nos fiamos de las cifras que manejan las librerías, es bastante evidente que hay muchos españoles que, al igual que muchos italianos, franceses o luxemburgueses, consumen lo que ven en los escaparates. Los respeto, pero procuro pensar poco en ese tipo de lectores. Me seduce más ese porcentaje escaso y necesario que profundiza y escoge sus libros igual que se eligen los buenos vinos, con tiempo y dedicación.
—Danos un panorama de la literatura latinoamericana en España, ¿cómo ve España a los escritores y la literatura de América Latina?
—Es difícil calibrar la opinión de tantas personas sobre una cuestión tan abstracta. No tengo un observatorio, ni he realizado ninguna encuesta, ni me he interesado por saber qué opinan los demás al respecto. Si sirve de algo, creo que el panorama literario latinoamericano es envidiable. Goza de buena salud y de un pasado más que lustroso.
—Cuéntanos tus temas favoritos y por qué escribes acerca de ellos.
—A medida que el volumen de obra ha ido aumentando me he dado cuenta de que tengo una fijación malsana por la muerte y sus consecuencias. No es que me obsesione lo que pueda haber después, sino lo que se deja aquí. Creo que soy demasiado egoísta como para imaginarme esta película sin mí. También el sexo, en muchos momentos, porque me parece la manifestación más cómica del ser humano. Diría que esos dos son los pilares fundamentales de cuanto he escrito hasta la fecha.
—Y encuentro mucho sarcasmo, cierto humor negro y denuncia de la sociedad actual en tus versos, eres de alguna manera un poeta que cuenta cosas de su realidad amargamente.
—Sí. Puede que haya un poco de eso también. Por lo general, no me gusta demasiado la gente. Tampoco me gusta el mundo en el que vivo. Pero no soy un idealista, no voy a hacer nada por que cambie. Decía Tolstoi que todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Yo intento ser una persona decente, y creo que con eso estoy haciendo bastante más que la media. Ya lo sé, suena amargado.
—¿Y no reconoces en tu poesía ciertos signos de exteriorismo?
—De exhibicionismo deliberado, sí. Procuro que parezca que muestro más de lo que en realidad estoy mostrando. Hay un componente importante de ficción, de creación, que parte, como es natural, de experiencias personales. Pero me guardo para mí muchísimas cosas. Lo contrario sería igual que confundir el erotismo de la pornografía.
—¿Cuáles son tu libro y tu película favoritos? ¿Por qué?
–Sería imposible contestar a esta pregunta sin cometer trescientas injusticias al mismo tiempo. La elección de un solo favorito es algo que se me resiste sobremanera. Pienso que nuestros gustos evolucionan a la misma velocidad que nosotros. Así que diré dos títulos de forma bastante aleatoria que en absoluto representan ningún primer puesto permanente. Por ejemplo, «La senda del perdedor», de Charles Bukowski, y «This is England», de Shane Meadows. Curiosamente, las dos historias hablan del mismo proceso, de la forja de la identidad moral del ser humano. Es coincidencia.
—Los escritores siempre tenemos un punto de referencia, un autor o artista al que recurrimos con frecuencia, cómo fue el momento cuando encontraste a tu autor.
—Procuro evitar en lo posible recurrir a cualquier suerte de referencia porque soy un lector esponja. Cuando empiezo a leer a un autor, mimetizo su estilo, o mejor dicho, comienzo a imitarlo inconscientemente. Sus giros, la longitud de sus frases, los ambientes. Por eso, a la hora de sumergirme en el proceso creativo prefiero hacerlo sin ramas a las que agarrarme. Acabaría siendo otra rama más.
—Descríbenos un día en tu vida, qué es lo primero que haces al levantarte y lo último al acostarte, aparte de cepillarte los dientes, claro.
—Resumirlo sería algo bastante ridículo. Mis actividades son muy prosaicas. No siento que haga nada distinto al resto. Lo primero que hago al levantarme es maldecir al mundo y al inventor del despertador, me ducho, compruebo que no me dejo las llaves del coche y me voy a trabajar. Antes de dormirme siempre me gusta leer un poco. Con algo de suerte, escribo. Eso me ayuda a sentir que mi día no ha sido una completa pérdida de tiempo.
—Descríbete en un verso.
—En uno, no. En dos, de Roberto Bolaño: «Se escribió a sí mismo como un dardo en la frente del invierno».
Selección de poemas del autor Hugo Izarra.
Leves y etéreos
Vaciamos de colillas los ceniceros,
uno por uno, los despojamos de muerte.
Le digo: creo que estamos fumando demasiado
últimamente.
Tienes razón, me responde
llevándose a la boca otro cigarro.
Estamos fumando demasiado
últimamente.
No hará ni un mes que nuestra madrina
nos dejó para siempre, se convirtió en
polvo gris, igual que el rastro que da
sentido a nuestros ceniceros.
Creímos que su sobrina era buena,
pero corrió a vaciar su casa, vino desde
muy lejos para llevarse su abrigo de visón.
Echó los objetos de valor en una bolsa
y se despidió de su viudo para siempre.
Hizo con sus recuerdos lo que nosotros
hacemos con las colillas.
¿Sabes? —le digo—. Un hombre me ha dicho
hoy en la librería que mis argumentos
poéticos eran leves y etéreos.
Tiene razón, me dice
echándome el humo a la cara.
Tus argumentos lo son.
Baile estático
Como si esto no fuera suficiente,
el hombre sordo, despojado ahora
de su único audífono, se sintió
inevitablemente inundado de silencio,
había perdido la música y las voces,
pero había encontrado algo mejor.
Reconoció el sonido de la muerte
y se sentó, despacio, a disfrutarlo.
Brookdale Park, 1964
Ya lo sé, sí,
pero, entonces,
había tanta niebla
que era hasta difícil
encontrarse la nariz
sin ayuda de las manos.
Y, sin embargo, ellos,
una pareja de osados
amantes irresponsables,
desafiando a la niebla,
ya ves, junto a los árboles.
Ella, no sé, no tendría
más de catorce, pero
tenía una voz de un
hombre de cuarenta,
grave y algo arrogante.
Era ella quien hablaba.
Le decía a él: Tú tienes
dos y yo tengo uno. Tú
tienes dos y todo el mundo
tiene derecho a saberlo.
Aminoré la marcha, pero
sus reproches acababan
allí, en aquel punto.
Y aún sin saber bien de qué hablaba,
le di la razón a aquella chica.
Porque yo intenté algo parecido
alguna vez, protestar
por lo que creía justo,
supongo.
Domine mundi
A qué ese afán de
domesticarlo todo,
de dominar a las especies,
de domar al lobo y al león,
de enderezar al perro,
de aburguesar al gato.
A qué tanto interés
por hacer hablar a las urracas
y saltar a los delfines, por ver
a los osos montar, ridículos,
en monociclo, por amaestrar
al paciente tigre de Bengala.
Qué insólito complejo milenario
empuja al hombre a civilizarlo todo
por la fuerza; a construir zoológicos,
circos, jaulas y mataderos. A demostrar
su dominio apabullante sobre las cosas
de forma tan poco civilizada.
El amor es crueldad accidental
Pido perdón a los mosquitos
que murieron estrellados
contra el cristal de
mi parabrisas,
y a las mujeres que
me amaron, y yo amé,
en mayor o menor medida.
Fotografías: cortesía del autor.
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6 comentarios:
Éste es el típico que se lleva los bolis de la oficina y lo reviste de un aura de torturada dignidad...
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